Lo último que recuerdo es la lluvia. Aún la escucho, leve y lejana, impactando contra una ventana inexistente, como un eco imaginario que se desvanece poco a poco. La tarde perezosa aún se aferra a la vida con tonos rojizos que vibran cerca al horizonte. Una noche antagonista se expande todo alrededor, sus estrellas distantes reclaman un lugar más allá de las nubes espesas. Es su turno de brillar en patrones crípticos titilantes. Si la melancolía era propia o ajena en aquel entonces, representada por gotas que se deslizan por el cristal al ritmo de una música lenta y nostálgica, es algo que escapa a mi memoria. Las imágenes se diluyen en el tiempo, si es que este último tiene algún equivalente donde me encuentro. Los sonidos se pierden en la eternidad. Floto, como aquellas nubes, sin propósito alguno, precipitándome en el éter aristotélico. El quinto elemento es la desolación suprema.
Al abrir los ojos, la nada me regresa la mirada desde su oscuridad absoluta. Aquí, solo yo existo, otro eco imaginario, como la lluvia. Claro que aquí no es realmente un lugar y ahora no es un momento. Tales conceptos son exclusivos de un universo del que ya no soy parte, aunque mi lenguaje se niegue a aceptarlo. Recae en mí, “ahora”, la creación de una nueva realidad, de acuerdo a mis designios y deseos. El único límite es mi imaginación y valentía.
¿Qué harías tú en mi posición?
Si, hablo contigo, a través de un espaciotiempo aún inexistente, con palabras e ideas que te tocan en la distancia. Sin siquiera intentarlo, he causado una reacción eléctrica irreversible en la red neuronal que conforma tu mente, planteando una pregunta que ha capturado a tu voz interior. ¿Cómo luciría el cosmos si fuese tu obra? ¿Flotarían astros en el vacío, formados de una multitud de partículas traviesas? ¿Colapsarían las estrellas en agujeros negros voraces cuando su peso resultara demasiado ostentoso para ser sostenido? ¿Habría pequeñas islas de conciencia, frágiles y temporales, habitadas por seres ansiosos que observan con temor y esperanza hacia el futuro? ¿Sería un mundo mejor el que harías con tus manos, más justo, compasivo y pacífico?
Un mundo verdaderamente feliz.
Albert Einstein dijo en alguna ocasión que Dios no jugaba a los dados, en rechazo a los comportamientos más extravagantes de la realidad pero, ¿y si lo hiciera? Tal vez el resultado sería superior si fuese el azar el conductor del destino en mi lugar. Un universo que no necesite un creador o una causa inicial primigenia. Un universo que se cree a sí mismo, a partir de una chispa auto-generada, de la nada y para nada, donde cada ser que eventualmente exista en él sea libre de generar su propio propósito. Pero, ¿cómo podría algo surgir de la nada, sin mi intervención omnipotente? Podría esperar una y otra eternidad, flotando entre los ecos de mi memoria, y en la nada, nada sucedería.
No, la nada no puede existir. No puede haber existido nunca. El universo siempre estuvo allí, tomando una u otra forma, cíclico o eterno, estático o en expansión, inmenso o microscópico, como una tela infinita que se dobla sobre sí misma, se rompe y se teje nuevamente, produciendo realidades paralelas que no tenemos números para siquiera intentar contar. Cada una, una burbuja aislada del resto con sus propias reglas e historia, mundos dentro de mundos dentro de mundos.
Pase lo que pase de ahora en adelante, solo soy un observador, y tú conmigo. Aún escucho la lluvia en mi mente, y siento su melancolía, pero al abrir los ojos una nueva realidad se hace presente. Una fluctuación cuántica, tímida como un susurro, se manifiesta en los campos de energía subyacentes que siempre estuvieron, invisibles a la mirada.
¿Puedes sentirlo? Un universo está por nacer.