Viviendo más, mejor

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A pesar de que todos mis abuelos (los 4 que la naturaleza provee) ya fallecieron, haber podido conocerlos – aunque haya sido por un corto tiempo pues murieron en mi infancia – es un hecho que aprecio mucho. En buena parte de las familias actuales los abuelos son un elemento esencial, siempre cargados de historias, consejos, una que otra reprimenda, y una capacidad sobrehumana para escuchar. En algunos países – como Japón – la población de ciudadanos mayores supera incluso a sus contrapartes jóvenes, debido a excelentes servicios de salud que casi garantizan vidas octogenarias (esta disparidad de edades tampoco es demasiado deseable). Cuesta creer al ver estas estadísticas que la figura del “abuelo” – visualizado tradicionalmente como una persona mayor – sea una de aparición relativamente reciente en la historia de la humanidad.

Durante la mayoría de los 200 mil años que hemos estado en La Tierra, nuestra especie fue nómada en sus costumbres y cultura, moviéndose con las migraciones de las presas que cazaba, siempre en la búsqueda de condiciones que permitieran sobrevivir una temporada más. En ese estilo de vida, la fuerza de la juventud era esencial para soportar los viajes, y estando desprovistos de una alimentación completa o servicios médicos, los que se iban haciendo mayores terminaban quedando rezagados en las larguísimas migraciones, y pereciendo. No fue sino hasta hace unos 30 mil años que se presentaron las condiciones alimenticias y culturales necesarias parar permitir la “evolución del abuelo”, y por primera vez en la historia se hizo común que coexistieran 3 generaciones de humanos. Aún así, no era por mucho tiempo: La poca evidencia que se ha podido obtener de la época sugiere que las personas no vivían mucho más de los 30 años.

Esta expectativa de vida – tan reducida en comparación con los estándares actuales – no mejoraría muy significativamente sino hasta el siglo 19, de la mano de los avances científicos en los que se basa la sociedad moderna. Con la implementación de la medicina científica (basada en el conocimiento de la existencia de los microorganismos dañinos), el saneamiento, el acceso a agua limpia y las mejoras en nutrición, el ser humano duplicó su expectativa de vida en menos de 10 generaciones. Para las personas actuales es una tragedia morir a los 50, sin importar que tan llena haya sido la vida de ese individuo en particular. Ahora, nos encontramos al borde de un nuevo salto.

La medicina genética y regenerativa son campos nacientes extremadamente prometedores en la carrera continua por alargar nuestras vidas (y su calidad). Cada día se identifican más cadenas de genes que afectan nuestra capacidad para resistir o desarrollar enfermedades – esto gracias al mapeo del genoma humano realizado recientemente – sacando de la ciencia ficción la erradicación de muchos de los males actuales a nivel genético. Adicionalmente, la experimentación con células madre (células “base” que pueden especializarse en diferentes partes del cuerpo) nos habla de la posibilidad de crear o reparar órganos que actualmente fallan con la edad. Para muestra solo hace falta ver el artículo reciente de la revista “Nature Communications”, en la que científicos de la Universidad de Pittsburg explicaron cómo habían producido tejido vivo de un corazón humano con células madre (por primera vez no de embriones, sino extraídas directamente del donante). El tejido es capaz de latir alrededor de 50 veces por minuto – lo mismo que un humano en reposo. Aún estamos a años de un corazón completo que pueda reemplazar a otro, pero este adelanto en particular permitiría colocar parches para sustituir áreas dañadas.

A este paso, si la historia es indicativa de nuestras prioridades, es probable que nuestros descendientes consideren trágico morir a los 90 – apenas llegando a la flor de la vida.

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