Engranaje biológico

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Aunque la tecnología que desarrollamos los seres humanos suele imitar a lo producido por la naturaleza – tanto en aspecto como en funcionamiento – no es común que tengamos problemas diferenciando entre las dos (aunque esto quizá no siempre resulte cierto). La naturaleza produce su impensable complejidad a través de la acumulación progresiva de cambios en los organismos vivos, fabricando una enorme cantidad de alternativas (individuos) en cada generación, sacrificando a la mayoría de ellas en la carrera implacable por la sobrevivencia -dígase, la selección natural.

La tecnología humana, por su parte, es siempre “minimalista” en comparación; conformada por partes bien delimitadas, pensadas para interactuar con las otras de manera lineal, procurando una cantidad precisa de recursos para ejecutar la tarea. Incluso la máquina más compleja construida hasta el momento – el acelerador de partículas LHC – parece sorprendentemente simple y eficiente en contraste con cualquier constructo biológico, cortesía de haber sido diseñada para un propósito específico.

Es justo eso lo que los humanos reconocemos en cualquier máquina o herramienta, aunque no la entendamos por completo: el diseño – la creación con propósito. Quizá el mejor ejemplo es el clásico reloj analógico, que al abrirse nos revela un baile sorprendente entre piezas exactas que se mueven en conjunto prodigiosamente. Esos engranajes, tan perfectamente encajados, ordenados de tal forma que permiten la medición continua del tiempo, son la firma del relojero – muestra insuperable de la intención humana aplicada.

Tal vez por esto me llamó tanto la atención este año 2013 cuando se fotografió por primera vez un engranaje funcional producido naturalmente (gracias a la magia del microscopio electrónico, que aumenta las imágenes miles de veces más que uno tradicional). Se trata de las patas del saltamontes que pueden ver en la imagen, sincronizadas a través de un par de engranes que garantizan que la fuerza del insecto se distribuya equitativamente entre ambos miembros, produciendo saltos controlados. La naturaleza -una vez más- nos demostró que es cualquier cosa menos predecible en sus maneras. Es el hecho más extraordinario del universo: dado suficiente tiempo, la selección natural, ajena a cualquier propósito pero clara en sus designios, es capaz de obras realmente maravillosas.

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