0

Si perteneces al modesto (pero importante) porcentaje de lectores de nuestra página que recuerda haber vivido las décadas de los 70 y 80, de seguro podrás corroborar esta idea: ya no soñamos con el futuro como solíamos hacerlo. Con contadas excepciones, atrás quedaron las visiones brillantes y optimistas del mañana – con colonias en toda la galaxia y hermosas naves espaciales – que se observaban en el cine, las revistas, la literatura y la televisión; sustituidas mayormente por el género “post-apocalíptico” de la ciencia ficción – visiones cada vez más decadentes de un futuro lleno de pobreza, enfermedades y caos, en el que la humanidad lucha por sobrevivir a sus errores.

De igual manera han disminuido nuestras expectativas con respecto a lo que la tecnología puede hacer por nosotros en el futuro (irónicamente, en una sociedad totalmente dependiente del avance tecnológico de las generaciones previas). El “auto del mañana” ya no es un vehículo volador que adorna los cielos citadinos en convenientes tránsitos aéreos; ahora nos conformamos con que consuma un poco menos de combustible – porque está muy caro. Ya no son comunes los artículos sobre “el hogar del futuro”, donde un robot inteligente atendía las necesidades familiares con una sonrisa mecánica en el rostro, mientras la casa misma respondía automáticamente a las variaciones de iluminación y temperatura. En su lugar, las revistas de tecnología nos informan sobre las 5 funcionalidades nuevas que incluye la última versión de nuestro sistema operativo favorito, del resto idéntico al que hemos estado usando por años.

Algo cambió en nuestra sociedad en las últimas décadas. El avance sin precedentes de la informática que hemos visto en estos años, por alguna razón, no se ha manifestado en un justificado optimismo por el futuro que heredaremos a nuestros descendientes. El motivo, como tantas otras cosas, bien podría estar impreso en nuestros genes.

No es casualidad ni accidente que los seres humanos habitemos todos los ecosistemas de La Tierra, habiendo partido de las planicies africanas. Somos una especie nómada, cuya cultura por cientos de miles de años estuvo asociada al cruce de la próxima frontera. En contraste, tenemos apenas 10 mil años viviendo asentados en poblados, y no más de un par de décadas desde que la computación nos transformó en una civilización realmente global, dueña de los destinos del planeta. La pregunta era inevitable:

¿A dónde vamos ahora? Los seres humanos, más que cualquier otra cosa, necesitamos una meta para avanzar.

Es por eso que vi con mucha alegría cuando a finales del año pasado, el rover chino “Yutu” logró lo que no se hacía desde hace 37 años: alunizar de manera controlada en nuestro precioso satélite natural; una demostración fantástica del progreso del programa espacial chino, y otra maravilla de la ingeniería humana para la historia.

El universo está allí afuera, esperando por nosotros, y la lucha desesperada de este “conejo de jade” por sobrevivir a la fría noche lunar debería servirnos de inspiración a todos, sobre lo que colectivamente podemos lograr cuando soñamos.

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.