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A pesar de lo hermosas y efectivas que resultan por su cuenta – permitiendo predicciones verdaderamente prodigiosas tanto en experimentos como en observaciones – las dos mejores teorías que tenemos para describir el comportamiento fundamental de la realidad no se llevan nada bien cuando intentamos juntarlas.

Una aplica al mundo macroscópico, unificando al espacio-tiempo en una sola entidad que obedece reglas definidas. Es la Teoría de la Relatividad, que ha sido comprobada en múltiples ocasiones mediante el uso de telescopios y sondas espaciales, y sin la cual nuestros GPS no funcionarían en absoluto. Sin lugar a dudas, la mejor explicación que tenemos del funcionamiento de la gravedad.

La otra teoría describe el mundo bizarro de lo muy pequeño: los átomos, sus partículas constituyentes, y las 3 fuerzas que gobiernan sus interacciones. Se trata de la Mecánica Cuántica – una las teorías más probadas en la historia de la ciencia – en la que se basa la mayor parte de la sociedad tecnológica moderna.

Tan extrañas como pueden resultar sus predicciones respectivas, no hay mayores problemas con el uso cotidiano de estos conocimientos: el problema viene dado cuando la naturaleza nos obliga a utilizar ambos simultáneamente.

Afortunadamente no es común. Los objetos de estudio suelen ser macro o microscópicos – con la notable excepción de los agujeros negros. Justo eso los hace tan misteriosos: son cuerpos tan masivos que distorsionan terriblemente el espacio-tiempo a su alrededor (un efecto macroscópico descrito por la relatividad); pero los cálculos sugieren que su núcleo es infinitamente denso, más pequeño que un átomo (entrando al reino de lo cuántico). Esta es la receta perfecta para problemas teóricos.

Uno de las principales dificultades es la ley cuántica de “conservación de información”, que dice que se debe poder reconstruir cualquier objeto material que se destruya, sin importar la causa – y que los agujeros negros no parecen respetar. Esto se debe a que nada de lo que cae en un agujero negro logra salir (información atrapada); pero los agujeros no duran para siempre. Debido a interacciones cuánticas, terminan “evaporándose” en una sopa azarosa de partículas (que no pareciera salvar la información). Esto indica que lo que sea que cayó adentro desapareció del universo – sin importar qué diga la mecánica cuántica al respecto.

Obviamente, a nadie le agrada esta conclusión, así que se han propuesto mecanismos para evitarlo. Uno de ellos es que la radiación que se encarga de evaporar al agujero efectivamente salve a la información cautiva, pero esto generaría una barrera de energía en el borde del mismo que incineraría lo que sea que entre. La relatividad no está de acuerdo con eso último, y por lo tanto el problema permanece.

En busca de una solución, Stephen Hawking propuso en Enero que quizá los agujeros negros no son tan negros – que tal vez la materia no colapsa en una singularidad central, sino que permanece atrapada en un “horizonte aparente”, que permitiría escapar a la información dado suficiente tiempo (Hawking solo propone la idea en su estudio, mas no ofrece cálculos que detallen el concepto).

Se trata de una misión desesperada por rescatar a la información de las oscuras garras de los monstruos más voraces del universo. Un noble objetivo, pero es enteramente posible que el cosmos simplemente no esté dispuesto a dar su brazo a torcer.

En retrospectiva, no les hace falta mucho más a los agujeros negros para ser totalmente aterradores: no solo te destruyen por completo, también borran para siempre tus restos del universo observable.

Qué manera de partir.

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