Una infinidad de mundos

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Sería muy fácil creer, mientras nos deleitamos con noticias sobre las características físicas de alguno de los casi 2000 exoplanetas descubiertos hasta el momento, que hace mucho que sabemos de la existencia de estos mundos tan lejanos. Por supuesto, al hacerlo, estaríamos cayendo en un error inocente, totalmente ajeno a la realidad emocionante y dinámica de estos anuncios cósmicos que recibimos a diario. Lo cierto es que hace apenas 30 años no existía confirmación observacional de ningún tipo acerca de la existencia de planetas fuera de nuestro sistema solar. Claro, dada la impensable vastedad del universo y el incontable número de estrellas que vemos brillar en la bóveda celeste, la presencia de otros sistemas solares se consideraba muy probable, pero aún se trataba de una idea meramente especulativa.

Vamos algunos siglos más atrás, a los primeros pasos incipientes del librepensamiento y el avance científico en el siglo 16, y encontraremos a Giordano Bruno siendo quemado vivo en la hoguera, por atreverse a sugerir – entre otras cosas – que “a este espacio declaramos infinito… En él, están una infinidad de mundos del mismo tipo que el nuestro”.

El buen monje no contaba con evidencia directa pero, gracias a su comprensión adelantada de que el Sol es una estrella como todas las demás, logró alcanzar la única conclusión razonable: debe haber otros mundos, hechos de lo mismo que el nuestro, ocultos en el cielo.

Hoy sabemos que Giordano estaba acertado en su hipótesis. El Telescopio Espacial Kepler los ha estado detectando a raudales en tiempos recientes, aislados unos de otros por los años-luz que se estiran a través de la galaxia. A pesar de todo nuestro avance tecnológico, de los emisarios robóticos en los mundos más cercanos y nuestras incursiones cautelosas en los límites de nuestro sistema solar, no estamos más cerca hoy que en la época de Bruno de poder visitarlos. Ya no dependemos de barcos de vela para cruzar el Atlántico, pero el océano del espaciotiempo continúa siendo infranqueable.

Afortunadamente, hay mucho que podemos aprender sobre estos planetas lejanos a través de la débil luz que nos reflejan, como fue el caso con Beta Pic b – un gigante gaseoso a unos 63 años-luz de distancia. Midiendo el efecto Doppler de la luz que percibió el telescopio, los astrónomos pudieron determinar por primera vez la velocidad con la que gira un exoplaneta, calculando la duración de su día: tan solo 8 horas terrestres. Un logro increíble, permitido por la asociación entre el encogimiento de la onda de luz que viene del lado del planeta que gira hacia nosotros, y el alargamiento de aquella que nos alcanza desde el lado que gira en la dirección contraria.

Los que estamos vivos hoy nunca lo visitaremos personalmente, pero podemos saber, desde la distancia, cuándo está amaneciendo en algún lugar de Beta Pic b.

Hace 30 años, los exoplanetas eran especulación informada, tal y como lo es hoy la posibilidad de que algunos de ellos estén habitados. Siguiendo la enseñanza de la historia, bien podemos esperar que en una década – o menos – sepamos de miles de mundos habitados confirmados, e incluso hayamos detectado señales de radio – evidencia de inteligencia tecnológica – saliendo de muchos de ellos.

Pareciera ser tan solo cuestión de tiempo, y paciencia, que nos demos cuenta de que no estamos tan solos, ni el océano está tan vacío.

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