La gran familia del ADN

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Cuando afirmamos que todos somos familia en La Tierra, desde un punto de vista científico, no lo hacemos tan solo por el sentimiento de unión y fraternidad que eso pueda producir en cada uno de nosotros. Es literal: todos los seres vivos – cualquier par de individuos que selecciones al azar, de cualquier especie – comparten un ancestro en su línea de antepasados. Algunos más lejanos que otros, pero todos somos primos. Cuando comparamos a las diferentes especies que viven en la actualidad, podemos observar con buena claridad la cadena de diferenciaciones que se fueron dando progresivamente durante las larguísimas eras del tiempo geológico. Claro está, mientras más nos adentramos en las nieblas de la prehistoria, más complicado se va haciendo este trabajo de reconstrucción. Sin embargo, la presencia de proteínas y ADN en todas las formas de vida que habitan el planeta nos dirige a la conclusión de que existe un “ancestro primordial”, una primera forma de vida única de la que todos – plantas, bacterias, hongos, peces, mamíferos, marsupiales, reptiles, anfibios, insectos, arácnidos, crustáceos, etc. – descendemos. Desafortunadamente, la búsqueda por reproducir a esta “criatura” en laboratorios, por ahora, no ha tenido éxito.

El estudio de las secuencias genéticas de las proteínas actuales resulta útil para adentrarnos en el misterio de las primeras formas de vida, cuando se analizan desde un contexto evolutivo. Justo eso hicieron investigadores españoles y estadounidenses recientemente con la proteína “Tiorredoxina” – presente en casi todos los organismos actuales – identificando cadenas de ADN de unos 4 mil millones de años de antigüedad. Luego usaron bacterias modernas para convertir estas instrucciones ancestrales en proteínas vivas, efectivamente “reviviendo” a un ser vivo tal y como debe haber existido en los océanos primordiales de La Tierra. El estudio se publicó en la revista científica “Estructura”.

Las capacidades de la “nueva” proteína apoyan esta hipótesis, ya que ha demostrado poder soportar temperaturas de más de 100 grados centígrados, y una atmósfera ácida como la que se estima existía en el planeta durante la época posterior al Gran Bombardeo de Asteroides (un evento muy significativo de La Tierra temprana). Esto nos indica que nuestros ancestros más lejanos probablemente eran “extremófilos”, capaces de sobrevivir en las condiciones más inverosímiles. Gracias a esa entereza que la vida demostró a cada paso del camino, contra obstáculos y cataclismos, estamos aquí hoy. Visto de esta forma, ese ADN ancestral resulta en el registro escrito de un viaje fantástico, más épico que cualquiera de nuestras historias y cuentos, que concluye – hasta el momento – con cada uno de nosotros, suficientemente complejos para preguntarnos, e investigar racionalmente, sobre nuestro propio origen.

La verdadera poesía de la realidad corre por nuestras venas.

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