Definiendo a la vida

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Es difícil culpar a los astrónomos del pasado – pioneros en la observación del universo con sus telescopios caseros – por pensar que los mundos que veían por primera vez a través de sus lentes se encontraban habitados. Es totalmente comprensible que imaginaran que bajo las gruesas nubes de Venus se escondía algún paraíso tropical con criaturas coloridas y ruidosas; o que las líneas que notaron en la superficie de Marte fuesen confundidas con enormes conductos hidrológicos construidos por alguna civilización que priorizara distribuir eficientemente el agua – tan preciada en un planeta desértico. Ahora sabemos que estas ideas se trataban (como suelen serlo) de sesgos humanos, muy lejanos a la realidad de estos mundos.

Nuestro vecino más cercano, el planeta Venus, es el más caliente del sistema solar, con temperaturas de casi 500 grados centígrados en su superficie (capaces de derretir hasta el plomo), además de una presión atmosférica que aplastaría un submarino nuclear como una lata vacía.

Marte, por su parte, es nuestro pariente frío y – aunque es bastante más prometedor para la vida – debemos reconocer que en la actualidad hasta el punto más seco e inhóspito de La Tierra es preferible que cualquier sitio en la superficie del planeta rojo.

Aunque ya estamos acostumbrados al silencio que domina estos mundos, sigue siendo un hecho sorprendente cuando lo comparamos con nuestro planeta: un sitio en el que tenemos que esforzarnos para NO encontrar vida. Estudios recientes estiman que La Tierra es hogar de más de 8 millones de especies diferentes, de las cuáles se han catalogado menos de un 15% (las cosas grandes y evidentes – como mamíferos y aves – son bien conocidas, pero estamos lejos de clasificar todos los hongos, bacterias, y criaturas de las profundidades marinas). Los humanos tenemos que estar siempre al pendiente de controlar las poblaciones de insectos y otras “plagas”, y cualquier piedra que levantes aunque sea en el desierto más árido te revelará cultivos de millones de millones de bacterias. Realmente se hace difícil pensar, incluso confrontados con la información que nos envían nuestros emisarios robóticos, que este punto azul pálido sea el único sitio en el que la vida haya tomado arraigo – parece demasiado tenaz para no ser común en el cosmos.

No ayuda demasiado en la búsqueda que definir “vida” sea mucho más complicado de lo que parece. De inicio, todos pensamos que podemos hacerlo: se trata de materia con metabolismo (con procesos químicos controlados que transforman energía en movimiento), una forma definida (separada de lo que la rodea), la capacidad de crecer, responder a los estímulos, reproducirse, y evolucionar de generación en generación por selección natural. Parece sencillo, hasta que nos damos cuenta de que estamos hablando tan solo de la vida que es común en nuestro planeta. Sin demasiada dificultad pudiésemos imaginar organismos que no contaran con una o varias de esas características – o lo hicieran en ciclos tan largos que no fuesen reconocibles – que pondrían a prueba nuestra definición. Quizá ya los hemos encontrado.

En la última Conferencia GoldSchmidt en Italia, científicos anunciaron haber hallado bacterias en estratos de roca del lecho marino con metabolismos tan lentos que han sobrevivido en material de más de 100 millones de años de antigüedad. Estas criaturas son tan poco activas que se reproducen una vez cada 10 mil años, e ignoramos de dónde sacan la energía para hacerlo – bajo cualquier escala de tiempo sensata, no están realmente “vivas”, ¿o si?

Tales extremos resultan muy emocionantes para el esfuerzo continuo por entender el fenómeno de la vida, y cazar otros casos en los que haya podido producirse entre las estrellas, pero también son algo perturbadores. No es descabellado pensar que pudiésemos encontrar a nuestros vecinos espaciales y no darnos cuenta de que – al igual que nosotros – están vivos.

O viceversa.

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