Recién llegados del cosmos

This picture of the nearby galaxy NGC 3521 was taken using the FORS1 instrument on ESO’s Very Large Telescope, at the Paranal Observatory in Chile. The large spiral galaxy lies in the constellation of Leo (The Lion), and is only 35 million light-years distant. This picture was created from exposures taken through three different filters that passed blue light, yellow/green light, and near-infrared light. These are shown in this picture as blue, green, and red, respectively.
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En la penumbra de la realidad oculta, navegando entre las máscaras coloridas de la impenetrabilidad aparente, el ser humano investiga – usando los métodos probados y en constante evolución de la ciencia – las respuestas a los misterios que el universo esconde celosamente. Una generación tras otra – sobre hombros de gigantes – hombres y mujeres han tratado de entender el contexto de nuestra existencia: debajo de las piedras, flotando entre los astros, escondiéndose microscópicamente frente a nuestras narices, y hasta corriendo al sonoro ritmo del corazón a través de nuestras venas.

Todo mientras la sociedad resultante hacía suyos los avances permitidos por nuestra curiosidad colectiva. Entre guerras y besos, muertes, caricias, envidias, maltratos, nacimientos, risas, amores y odios – el ser humano se ha venido, progresivamente, encontrando a sí mismo, viendo su reflejo en la tecnología que poco a poco nos transforma. Y mientras tanto: el universo – totalmente ajeno a nuestros dramas – continúa su tránsito silencioso hacia un futuro más simple; uno en el que cada galaxia será un oasis brillante aislado del resto (gracias a la acelerada expansión del “vacío” entre ellas, detectada por Edwin Hubble); donde el cielo se irá apagando como velas puestas al viento, y en el que La Tierra y sus habitantes serán menos que un recuerdo.

Ante la inmensidad de la tarea de entender el cosmos, el esfuerzo que humildemente hacemos puede parecer insignificante; condenado irremediablemente al acecho perturbador de una incertidumbre nada cómoda. Reconocemos en lo más profundo de nuestra identidad que somos lo que sabemos: la suma de nuestras experiencias y conocimientos, que forman el marco de referencia bajo el cual interpretamos la realidad. No saber en ver menos; comprender menos.

Al universo, sin embargo, no podrían interesarle menos nuestras inseguridades evolutivas, o nuestros traumas psicológicos. Donde quiera que veamos, una incertidumbre parcial es parte real e inevitable del proceso – una contra la cual luchamos a través del pensamiento científico que hemos heredado con gran dificultad de los grandes de nuestra historia.

Muy probablemente – casi con toda seguridad – nunca lleguemos a entender completamente de qué va el universo (o el multi-verso), pero esto no debería desanimarnos en lo más mínimo. El valor real del pensamiento no está en saber las respuestas correctas a todas las interrogantes que nos bombardean diariamente, sino en hacer las preguntas adecuadas en cada situación. Como bien dijo el gran físico Richard Feynman: “Es mejor no saber que tener respuestas equivocadas”, y es de esta ignorancia inicial que nace la genialidad.

Nosotros, los herederos del legado de los que caminaron antes esta Tierra, posibilitando nuestro despertar, no tenemos más que ver al cielo para descubrir un universo del que somos parte integral – pequeñísima, pero consciente. De allí arriba vinieron los átomos que forman al individuo que ahora lee estas palabras.

Somos insignificantes, pero entendemos en gran medida la evolución de las estrellas, las interacciones de la vida, y el comportamiento errático de las partículas elementales.

Nada mal, para estos recién llegados del cosmos.

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