Estrellas de destrucción masiva

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Todos sabemos que los agujeros negros están entre los fenómenos más enigmáticos y destructivos del universo. Estos cadáveres de estrellas colapsadas sobre sí mismas son capaces de tragar lo que sea que se les acerque lo suficiente: estrellas, planetas, hasta los rayos de luz son víctimas de sus poderosísimos campos gravitatorios (además tienen efectos bizarros en el espacio-tiempo circundante). Sin embargo, los agujeros negros tienen una debilidad: tienes que estar bastante cerca para que realmente corras algún peligro. En la inmensidad del espacio, tendrías que ser un campeón de la mala suerte para encontrarte con uno (a menos que efectivamente esa sea tu intención), incluso tomando en cuenta que algunos pocos de ellos (los llamados “súpermasivos”) pueden llegar a ser tan grandes como todo un sistema solar. En esos casos, su poder destructivo está tan diluido – en una distancia tan grande – que en realidad resultan menos dañinos que sus primos más pequeños, siempre y cuando no te adentres, por supuesto.

Si hablamos de fenómenos peligrosos y destructivos en el cosmos, la verdadera dueña de la corona es la explosión de rayos gamma: un disparo súper enfocado de radiación electromagnética en su más alta expresión energética. Estas partículas poseen tanta energía que son capaces de atravesar casi cualquier material, causando un daño tremendo a las estructuras que se encuentren en su camino (especialmente si son orgánicas). La buena nueva es que no son un fenómeno común en nuestra galaxia. La evidencia indica que suceden cuando se forman algunos agujeros negros, ya sea por el colapso de una estrella muy pesada que gira a gran velocidad, o el choque entre dos estrellas de neutrones que se acercaban en espiral la una a la otra. En ambos casos, el agujero resultante gira tan rápido que dispara su radiación inicial en chorros altamente concentrados – por arriba y por debajo de su eje de rotación – que son capaces de viajar miles de años luz, esterilizando todo lo que tocan. De alinearse uno de estos con La Tierra, nos daríamos cuenta al ver el brillo en el cielo, y no quedarían ni los microbios.

Afortunadamente, se estima que sucede uno cada par de millones de años en la Vía Láctea, por lo que es muy poco probable que nos opo1329atoque encararlo. Sin embargo, el fenómeno probablemente era mucho más común en el pasado, y algunos científicos sugieren que ésta podría ser la causa de que no detectemos grandes civilizaciones alienígenas con nuestros telescopios: puede ser que solo ahora han tenido oportunidad de desarrollarse – como nosotros lo estamos haciendo. Este tipo de explosiones suelen durar muy poco (apenas unos segundos), pero en ocasiones los astrónomos son capaces de ubicar el remanente de una de ellas en luz visible muy débil e infrarroja, como pudo identificarse recientemente en esta imagen del Telescopio Espacial Hubble, en una galaxia a 4 mil millones de años luz. Allí puede apreciarse el brillo de la explosión, marcando un muy mal día en ese vecindario cósmico, hace tantísimo tiempo. Es interesante considerar que quizá en esas galaxias haya seres conscientes ahora, observando las explosiones y turbulencias que sacudieron a nuestra Vía Láctea en el pasado remoto.

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