El pasado oculto de un mundo oxidado

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Es la realidad inescapable de nuestras vidas: el paso inclemente de los años; la acumulación de vivencias y rostros cambiantes; el óxido irremediable de los recuerdos. Cortesía del avance constante de la entropía del cosmos, todo eventualmente envejece, decae, y muere; desde las células hasta los humanos, los planetas y las estrellas. Todos somos procesos químicos que persisten ante una fuente de energía – pasos necesarios en el largo camino hacia el silencio total del universo: el equilibrio termodinámico perfecto.

Es un fenómeno con el que estamos muy familiarizados en escalas un poco más accesibles. Ya es clásica la imagen de la persona que melancólicamente regresa a la casa de su infancia, solo para encontrar que esa vieja bicicleta, al igual que la medalla que alguna vez ganó en una competencia ahora olvidada, ha perdido su brillo. En su lugar, un polvo rojizo, cubriéndolo todo – el resultado de que el hierro contenido en los objetos sea propenso a reaccionar con el oxígeno atmosférico, ante la presencia de humedad. La segunda ley de la termodinámica en acción, barriendo con el pasado.

El hierro – uno de los 10 elementos más comunes en el universo – es siempre delatado por esa llamativa tonalidad carmín, incluso afuera de nuestro planeta, y es su notable abundancia en la atmósfera y terreno de nuestro vecino planetario lo que lo ha hecho merecedor de su apodo: el planeta rojo. Marte – el dios de la guerra romano – fue bautizado como tal por nuestros ancestros debido a que les recordaba al color de la sangre que tan comúnmente derramaban, aún sin tener idea de que efectivamente es el hierro en nuestra hemoglobina el que le otorga su color: la sangre es roja por la misma razón por la que Marte lo es.

En la actualidad, laboratorios móviles recorren este baúl de los recuerdos planetario, tratando de desentrañar el pasado que se oculta entre las piedras. El más reciente – y sofisticado – de este grupo de exploradores robóticos es el rover Curiosity, recién llegado hace año y medio al desierto marciano. Armado con la capacidad de “hornear” el polvo de la superficie para liberar sus constituyentes, y disparar láseres a las rocas con el mismo propósito, ha estado explorando las planicies más desoladas que nos podamos imaginar, buscando agua, o sus huellas.

Durante el 2013, los resultados de estos experimentos comenzaron a llegar en pleno, y vaya que sorprendieron al mundo. La evidencia en la morfología y química de las rocas sugería fuertemente que Marte alguna vez fue un mundo acuático, con ríos, lagos y océanos como los que hoy adornan la superficie terrestre – un segundo punto azul pálido entre las estrellas. Sin embargo, en el curso de miles de millones de años, el planeta terminó perdiendo su campo magnético, su atmósfera, y cualquier oportunidad de albergar vida compleja. En su lugar, como suele pasar, quedó tan solo el óxido, formando remolinos en el viento.

El mensaje me pareció muy claro, aunque aún no sepamos todos los detalles: los planetas pueden morir.

Realmente deberíamos apreciar y cuidar el único que tenemos.

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